miércoles, 28 de enero de 2009

Kundera y los animales (La insoportable levedad del ser, frag.)

Ya en el Génesis, Dios le confió al hombre el dominio sobre animales, pero esto podemos entenderlo en el sentido de que sólo le cedió ese dominio. El hombre no era el propietario, sino un administrador del planeta que, algún día, debería rendir cuentas de esa administración. Descartes dio un paso decisivo: hizo del hombre el "señor y propietario de la naturaleza". Pero existe sin duda cierta profunda coincidencia en que haya sido precisamente él quien negó definitivamente que los animales tuvieran alma: el hombre es el propietario y el señor mientras que el animal, dice Descartes, es sólo un autómata, una máquina viviente, "machina animata". Si el animal se queja, no se trata de un quejido, es el chirrido de un mecanismo que funciona mal. Cuando chirría la rueda de un carro, no significa que el eje sufra, sino que no está engrasado. Del mismo modo hemos de entender el llanto de un animal y no entristecernos cuando en un laboratorio experimentan con un perro y lo trocean vivo.

Teresa acaricia constantemente la cabeza de Karenin, que descansa tranquilamente sobre sus rodillas. Para sus adentros dice aproximadamente esto: No tiene ningún mérito portarse bien con otra persona. Teresa tiene que ser amable con los demás aldeanos porque de otro modo no podría vivir en la aldea. Y hasta con Tomás tiene que comportarse amorosamente, porque a Tomás lo necesita. Nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son producto de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad. y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existente entre ellos y nosotros.

La verdadera bondad del hombre sólo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna. La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda (situada a tal profundidad que escapa a nuestra percepción), radica en su relación con aquellos que están a su merced: los animales. Y aquí fue donde se produjo la debacle fundamental del hombre, tan fundamental que de ella se derivan todas las demás.

Sigo teniendo ante mis ojos a Teresa, sentada en un tocón, acariciando la cabeza de Karenin y pensando en la debacle de la humanidad. En ese momento recuerdo otra imagen: Nietzsche sale de su hotel en Turín. Ve frente a él un caballo y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzsche va hacia el caballo y, ante los ojos del cochero, se abraza a su cuello y llora. Esto sucedió en 1889, cuando Nietzsche se había alejado ya de la gente. Dicho de otro modo: fue precisamente entonces cuando apareció su enfermedad mental. Pero precisamente por eso me parece que su gesto tiene un sentido más amplio. Nietzsche fue a pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir, su ruptura con la humanidad) empieza en el momento en que llora por el caballo.

Y ése es el Nietzsche al que yo quiero, igual que quiero a Teresa, sobre cuyas rodillas descansa la cabeza de un perro mortalmente enfermo. Los veo a los dos juntos: ambos se apartan de la carretera por la que la humanidad, "ama y propietaria de la naturaleza", marcha hacia adelante

Por qué conservar la biodivesidad?

¿En qué beneficia a la humanidad invertir recursos económicos en conservar una, varias o muchas especies animales o vegetales? Esta pregunta que parece estar hecha por un ecomista deja de lado muchísimos aspectos que no entran en el juego del mercado y tienen que ver con la valoración y el respeto que le debemos a nuestro planeta y a todas sus especies. La pregunta puede parecer tonta o malintencionada, pero es infinitamente triste que al ser humano se le haya ocurrido hacerla. Las vidas se salvan sin preguntar y sin pedir permiso, aún más si somos los principales causantes del empobrecimiento de las formas de existencia.
Lo único que nos diferencia de los otros animales es la empatía, la capacidad de ponernos en el lugar del otro. Ese sentimiento que nos permite vivir en sociedad y respetarnos, pero que últimamente nos distingue muy poco.
La defensa de la vida tiene que ser una reacción que no se consulta, que no se evalúa, que no se mide ni con dinero, ni con esfuerzo. Tiene que ser la más natural y espontánea de nuestras reacciones.

lunes, 5 de enero de 2009

El poder del consumidor.

Dentro de todos los roles que cumplimos en la sociedad también somos "consumidores" y tenemos el poder de cambiar modos de producción que afectan al planeta con el simple acto de elegir y hacer saber a las marcas que preferimos las opciones más comprometidas con la salud de nuestro ambiente.
Podemos hacernos escuchar cada vez que elegimos envases retornables o de material reciclado, frutas y verduras orgánicas o frescas, en vez de envasadas o congeladas, productos hechos en lugares cercanos al punto de consumo, productos que ofrezcan un programa de reciclado, etc. También podés entrar a las webs de las marcas que solés comprar y exigir procesos que tengan que ver con el cuidado del ambiente o el respeto por los animales, como así podés escrachar digitalmente las malas prácticas.
Eligiendo un poco mejor, podés cambiar mucho.